El mes de Rayab y la sacralidad de la paz

Rayab, uno de los cuatro meses que el Corán establece como meses sagrados.

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Por Hisham Muhammad
Rayab es el séptimo mes del calendario islámico conocido como hiyrí. A diferencia del calendario gregoriano solar, el calendario hiyrí es lunar, lo cual significa que el transcurso de los meses es definido por las fases de la luna; cada mes comienza con el avistamiento de la luna nueva y termina con la desaparición de la luna menguante. Existen comités repartidos por todo el planeta que llevan a cabo el seguimiento de dichas fases con métodos cada vez más sofisticados.

En dicho calendario existen cuatro meses que el Corán establece como meses sagrados.

Tres de ellos son seguidos: Dhul Qida (11), Dhul Hijja (12) y Muharram (1), mientras que Rayab coincide con el ecuador del año lunar.

Esta sacralidad no conlleva necesariamente unos rituales específicos de dichos meses. De hecho no hay ninguna forma de adoración indicada para el mes de Rayab en concreto.
Es más, su carácter sagrado se remonta a tiempos inmemorable que trazan sus raíces en lo más profundo de la tradición abrahámica. Algunos de los exegetas más importantes del Sagrado Corán, como Tahir Ibn Ashur, Ibn Kathir y otros afirman que la consideración de dichos meses como sagrados se inicia con el Profeta Ibrahim (P) y su hijo Ismail (P).
Ellos fueron quienes iniciaron la peregrinación (hayy) al santuario sagrado que hoy se encuentra en la ciudad de la Meca, y establecieron períodos en los cuales quedaba prohibido cualquier tipo de enfrentamiento bélico. Eran tiempos para que reinara la paz y para que la guerra, el pan de cada día de muchas tribus, quedará relegada a un segundo plano.

Así pues, incluyeron Dhul Qida, el mes anterior al mes del peregrinaje por excelencia: Dhul Hiyya. Se creaba así un oasis de paz en medio de un desierto plagado por guerras fratricidas. Se daba a los habitantes de Arabia y sus alrededores un periodo de tiempo suficiente para prepararse, en todos los sentidos, para ese gran viaje espiritual.
Establecieron también como sagrado el mes posterior, Muharram, para que, una vez concluido el periplo de la peregrinación, las personas pudieran volver a sus respectivas regiones en paz y seguridad.

Sin embargo, no sólo se trataba de asegurar las vidas y los bienes de los peregrinos, sino que también era fundamental arraigar los valores de hermandad e igualdad que enseña la peregrinación la Meca. Una adoración durante la cual queda prohibido, según las enseñanzas del islam, discutir, insultar, e incluso dañar la flora y la fauna de la zona.

Asimismo, Rayab, se enmarca en este círculo claramente relacionado con el Hayy (peregrinación) y el alba de la tradición abrahámica. Al ser el séptimo mes, se estableció como mes sagrado para facilitar la Umra (la peregrinación menor). Y declarar la guerra en él, como mes sagrado que es, se consideraba un sacrilegio. El respeto y veneración de este mes entre los árabes fue considerable, especialmente entre el clan de Mudhar (descendientes del Profeta Ibrahim y antepasado del Profeta Muhammad). Por ello, el mes pasó a ser conocido como Rayabu-Mudhar.

Sin duda, son muchas las conclusiones que se pueden sacar del pasaje coránico mencionado y la idea de cosmogonía que expone acerca del Tiempo. Para empezar, nos hace conscientes de la consideración sagrada del tiempo en general, y de ciertos meses y días del año en particular, ya que en ellos las buenas acciones ganan en importancia y las malas acciones aumentan en gravedad.

Aunque quizás el mensaje más importante que podemos inferir de esta relación entre la sacralidad del tiempo, por un lado, y la guerra y la paz por otro, sea el carácter sagrado de la propia Paz. La paz es sagrada, uno de los bellos nombres de Allah es Al-Salam (Paz o Dador de Paz) y sin ella todo acto de adoración se ve dificultado, por no decir imposibilitado. Y, por ello, al fin y al cabo, los cuatro meses sagrado cumplen la finalidad de habilitar un ambiente pacífico y un contexto temporal de convivencia para poder llevar a cabo la peregrinación.

Y, precisamente el peregrinaje se convierte en una piedra angular del islam, con la llegada de Muhammad (P), el colofón final del sendero de los profetas. Con el peregrinaje se completa ese edificio figurativo del Islam cuyos pilares enumera el Profeta Muhammad (P) en narraciones no sólo auténticas sino fundacionales de su mensaje. Es un acto que perfecciona, en definitiva, nuestra condición de musulmanes.

Es durante ese acto de adoración milenario que los peregrinos procedentes de distintos clanes podían conversar en paz, conocerse, intercambiar ideas y bienes, o incluso contraer matrimonios que consolidaban la paz entre ellos.
Inmensa es la necesidad que vemos a nuestro alrededor de recuperar la paz en países que la guerra ha devastado y cuya población se ha diezmado y se ha convertido en refugiada y desplazada.
Es preciso recuperar además esas dimensiones de la paz, que no sólo incluyen el abandono de la manía primitiva del ser humano de resolver sus conflictos a base de violencia, sino que engloban también la convivencia en nuestras ciudades y pueblos, e incluso la paz en el seno de la familia y la paz del propio individuo consigo mismo.

Actualmente el mes de Rayab significa para la comunidad musulmana global la proximidad del mes de Ramadán. Y en plena era de la tecnología y las redes sociales virtuales, algunos podrían tachar estas enseñanzas de arcaicas, y afirmar que la ciencia, más que la espiritualidad, es la verdadera redentora de la Humanidad; y que sólo ella detendrá las guerras y asentará la paz mundial. No obstante, vemos que la ciencia ha aumentado el poder destructivo de las guerras; las ha alimentado con la producción de armamento en masa haciéndolas más mortíferas que nunca.

Así pues, además de la ciencia, lo que más necesita la humanidad es una conciencia de la sacralidad del Tiempo, la sacralidad de la Tierra, y la sacralidad de la vida y la Humanidad. El Profeta Muhammad (P) declara que, para su Umma, la Tierra es una mezquita. ¿Cómo hay que comportarse en esta mezquita? ¿Cómo hay que tratar a este templo que gira alrededor del Sol?

Hoy, millones de peregrinos conforman todos los años un mosaico único en su diversidad. Dan lugar a una gran paradoja que une la esencia de la simplicidad con una manifestación de verdadera complejidad. Distintos rasgos, colores, idiomas, costumbres y formas de entender el mundo, la espiritualidad y la realidad… Y aún así hermanados por el poder del amor. Si usamos una metáfora coránica, son como un jardín con distintos frutos y flores que riega el mismo agua.

Del mismo modo que el peregrinaje sigue siendo una megafactoría de paz y hermandad, el mes de Rayab es la ocasión perfecta a puertas de Ramadán que nos debería hacer reflexionar acerca de la paz y de si realmente estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance para difundirla.
Ojalá un día veamos las guerras por lo que son: anomalías; algo extraño que debe pertenecer ya a un pasado recóndito. Ese día sólo llegará si entendemos y aplicamos una de las órdenes más insistentes del Profeta Muhammad: “Difundid la paz.”

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